6 ago 2016


LAS FIESTAS  DE CANDELARIA en el año 1882


En la revista "La ilustración de Canarias", una publicación quincenal literaria y científica que se publicó entre 1882 y 1884 y que era editada en la imprenta de José Benítez. En la publicación de septiembre del año 1882 Don Ireneo González  publica un artículo donde hacen una amplia descripción de las fiestas de Candelaria de agosto de ese año.


Una rica descripción  de como era en esos momentos el pueblo de Candelaria, el entorno de la plaza y del convento, donde además se relata un poco la historia del santuario y finalmente se describen los actos de la fiesta de los días 14 y 15 de agosto.



Si sorprende lo mucho que ha cambiado el entorno, más nos sorprende el cambio tan grande que ha sufrido la celebración en si, principalmente los actos del día 14 donde la Virgen salía en procesión al oscurecer e iba precedida por una danza y por los guanches, guanches que también la cargaban, la procesión discurría por la playa hasta la entrada del pueblo y regresaba por la calle  de La Arena y justo en el momento de entrar la Virgen nuevamente a la iglesia era que se hacía la ceremonia.  



Este artículo ha permitido recrear las costumbres y el entorno en el que vivieron nuestros antepasados.Por ello los invitamos a que vivan las fiestas de la Virgen de Candelaria del presente año recreando las que en 1882 disfrutaron nuestros antepasados.




LA FIESTA DE CANDELARIA:

Es lástima, me decía el sabio ingeniero D. José Margarit a su regreso de un viaje al Valle de Güímar, que no hayan construido algo que es indispensable en la carretera del Sur de esta Isla para que esté perfecta. —¿Pues qué le falta?—Un hospital y un cementerio, me contestó muy formal.
Inminente es, a la verdad, el riesgo que se corre al ir en carruaje por una carretera muy estrecha y llena de vueltas y revueltas, construida casi toda a la orilla de enormes precipicios en donde no se encuentra el resguardo necesario; pero a nada menos has de exponerte, amable lector, si quieres ir a ver la tradicional fiesta de Candelaria.
Después de caminar a pie un largo trozo de mal camino, llegarás al pueblo de este nombre que es un pequeño grupo de casas de planta baja, y algunas de ellas diseminadas, con una pequeña iglesia parroquial.
El aspecto del pueblo y sus contornos es triste; el terreno árido como casi toda la costa del Sur; ningún panorama risueño se presenta a la vista del viajero; la campiña consiste en algunas pequeñas huertas plantadas de tuneras. Descendiendo a una gran playa se encuentra otro grupo de casitas fundadas en la arena, y alguna que otra aislada. Por la parte del Norte, algo separado de este barrio está el embarcadero formado por las rocas, y cerca varados los barcos de pesca; al lado el pequeño castillo de Santa Ana, y no lejos el pozo llamado de la Virgen cuya agua es salobre aunque no tanto como la de las demás norias. Esta y no otra es el agua que se bebe en aquel pueblo, salvo en la casa del Sr. Cura que se surte de una cisterna en que recoge agua de las lluvias. Pero no hay que temer al agua del mar, puesto que vamos a la fiesta, y en estos días se vende en abundancia agua dulce y buena, traída del vecino pueblo de Arafo.

Al Sur de la playa, debajo del casco del pueblo se encuentra una enorme plaza de arena, de forma de herradura abierta al mar y rodeado el arco por riscos de regular altura. Hacia el Sur, sobre estos riscos está la casa del Cabildo; y contigua, pero en la playa, al pie de elevadas rocas cortadas naturalmente, se halla situado el convento de bastante capacidad, y la Iglesia en que se celebra la fiesta. Junto a esta Iglesia encontrarás las paredes y columnas de un templo de tres naves a mitad de su construcción, cuyo recinto está destinado a cementerio.

Siguiendo la playa siempre hacia el Sur, a continuación del convento hay unos salones que sirven para hospedería de los romeros; pero se hallan en tal mal estado que dudo se aloje en ellos persona alguna.
A pocos pasos se encuentra la cueva de San Blas, llamada por los guanches, así como toda esta playa y sus contornos, de Achbinico, cuya gran concavidad nada otra cosa ofrece de notable que un pequeño y pobre altar en el fondo, y tantas y tales grietas en el techo que inspira serios temores.
En esta cueva encontraron los conquistadores la imagen de la Santísima Virgen aparecida en las playas de Chimisay: a esta cueva la habían trasladado los guanches desde la de Chinguaro; en ella se le rindió por primera vez culto católico, y tanto afecto llegó a cobrarle la Santa efigie que, según Núñez de la Peña, de cualquier punto a donde se la trasladase se fugaba y volvía a su predilecta residencia; pero habiéndose fabricado cerca de la cueva el convento, avínose a morar en su iglesia que fue puesta al cuidado de los Padres Dominicos.
Sin duda alguna debieron ser notables los prodigios que la Madre de Dios obró por medio de su imagen, y aunque la tradición los haya exagerado, muchos debieron ser los hechos positivos y reales, cuando la devoción llegó a hacer que se celebrara anualmente una fiesta a que concurrían el Cabildo, todo el clero parroquial y casi todos los habitantes de la Isla; siendo tantos y tan considerables los donativos que se hacían, que la Iglesia llegó a estar tan decorada como ninguna otra lo ha estado en Canarias, y a poseer un respetable tesoro en alhajas, adornos y vestiduras preciosas. Además del magnífico altar de plata, y además de las costosísimas piezas destinadas al servicio del templo, había en éste veintidós hermosas lámparas del mismo metal, que constantemente estaban pendientes del techo.

Pero en la noche del 15 de Febrero de 1789, un voraz incendio, que los esfuerzos humanos no pudieron sofocar, redujo a cenizas todo el edificio, pereciendo en él algunos religiosos, y sólo pudo salvarse la imagen con algunas de sus preciosas vestiduras.
Reedificose el convento sobre las ruinas del antiguo, habiéndose para ello prescindido del prudente parecer de los que opinaban que no debía fabricarse allí por el doble peligro de las piedras que podían desprenderse del risco, y de la corriente del barranco que venía en dirección a aquel sitio; pero creyéronse temerariamente a salvo de este último con la construcción de un falso dique, que aun se ve. Se habilitó provisionalmente el santuario de una nave en el que fue colocada la devota imagen en 1º de Febrero de 1800, y se emprendió la fábrica de la nueva iglesia que quedó a medio construir. En la noche del 8 de Noviembre de 1826 el horroroso temporal deshizo el dique, y tomando el torrente su dirección natural, derribó gran parte de la capilla, y arrastró cuanto había en ella incluso la imagen de que nunca más se volvió á saber.

Los religiosos repararon la destrozada iglesia, e hicieron una nueva imagen a semejanza de la primitiva, y pensaban en terminar el comenzado templo; mas como las comunidades fueron suprimidas, el convento y la iglesia quedaron en poder del cura párroco, y todas las demás cosas en su ser y estado hasta esta fecha. 
Tal es, en breve resumen, la aciaga historia del Santuario de Candelaria.



Desde el año de 1826 hasta el de 1882 la devoción de los fieles no ha sido interrumpida; saben estos que el culto lo tributan a la Reina de los cielos, y viéndola representada tanto en la nueva como en la antigua y prodigiosa imagen, concurren de todas partes a solemnizar su fiesta el día 15 de Agosto, un incalculable número de personas cuyo primer cuidado al llegar a Candelaria es hacer una visita a la imagen de María Santísima. Y a cualquier hora que entres, oh lector, en el templo verás un conmovedor espectáculo: gran número de agradecidos devotos caminan arrodillados sobre el pavimento, teniendo en sus manos velas encendidas; y los verás llevar en ofrenda muchas botijas de aceite; y oirás el incesante y apacible ruido de la plata que cae en un cepillo colocado al efecto sobre una mesa. Te lo aseguro: ni por espacio de un minuto dejarás de oír aquel sonido agradable que producen las monedas cayendo una tras otra.
 ¿Y cómo así, me dirás, no ha tenido nadie la feliz ocurrencia de añadir siquiera una piedra más a la magnífica obra del nuevo templo que empezaron a fabricar los frailes, y ha sido dejado para cementerio? He aquí que no puedo satisfacer tu curiosidad.
Pero en cambio, volverás a preguntarme, la pequeña capilla estará lujosamente adornada, su piso será de mármol, sus paredes estarán forradas de ricas colgaduras, el altar será de plata, los objetos del culto serán magníficos, las veintidós lámparas de plata habrán sido sustituidas por otras...... Pues te equivocas. Nada más pobre, nada más mezquino, nada más desprovisto de lo necesario, que aquel santo recinto que en todo y por todo respira escasez y miseria. Las ropas de la imagen, y tres lámparas, únicas cosas medianamente visibles, son debidas a dádivas particulares. No hay tales mármoles, ni tal plata, ni tales colgaduras. No hay más que baldosas ordinarias en el suelo, y cal en las paredes. No hay un instrumento músico chico ni grande, nuevo ni viejo con que acompañar los cánticos religiosos.
 Todos los adornos del templo consisten en unos cuadros muy viejos, sin valor alguno, colgados de las paredes, representando varios hechos milagrosos; unos grillos, recuerdo de la prodigiosa curación de un loco, y una gran arca de madera objeto de una tradición que, con objeto de distraerte de una impertinente pregunta que sé que me vas a hacer, y a la cual yo no puedo contestar por que ignoro el por qué, te referiré tal cual á mí me la refirieron en Candelaria:

 «No sé cómo ni en donde los moros de la vecina costa de África cogieron uno de tantos cautivos cristianos, natural del pueblo de Candelaria, el cual como esclavo servía a su amo. Este encontró en cierta noche a su esclavo triste y lloroso.—¿Qué tienes? le preguntó. —Que mañana, contestó el cautivo, es la fiesta de mi pueblo; y bien pudiera la Virgen llevarme a verla.—Ahora te llevará, le dijo el moro; y metiéndolo dentro de esa enorme arca, la cerró con llave y se acostó encima para más seguridad. El moro se durmió, y al despertar, sintiendo el fresco ambiente de la madrugada, notó que estaba al aire libre, siendo así que se había dormido dentro de su casa. Desconoció el lugar, oyó cantar un gallo, abrió el arca, y preguntó al cautivo: Cristiano ¿en tu tierra hay gallos? señor, le respondió aquel.—Pues sal de ahí, que tú eres el amo y yo el esclavo. Estaban en la playa de Candelaria.
Estamos, pues, en Candelaria el día 14 de Agosto, y, por lo tanto, en plena fiesta que anuncian unos cuantos palos cubiertos de verde rama, adornados con banderolas, y colocados delante de la puerta de la Iglesia.
 Desde el amanecer comienzan á llegar por todas parte grupos de gente alegre cantando al son de sus vihuelas y bandolas; empieza el cumplimiento de los votos; y cada cual se aloja en donde y como puede: quien en las casas particulares; quien en las espaciosas galerías del convento; quien en la playa a campo raso.
 A eso de las ocho o las nueve de la mañana hay en la Iglesia misa cantada; después del medio día comienza en la plaza o playa, corno quieras llamarla, la lucha, el año que la hay, la cual no suele ser de mucha duración. La temperatura en la tal plaza, es generalmente al medio día insoportable; el calor que despide la arena caliente es insufrible; el tránsito se hace casi imposible por que los pies se queman; pero así que el sol va a ocultarse tras la elevada cordillera, es otra cosa. La brisa pronto refresca la arena, los romeros afluyen a la plaza y en un momento se ven diseminadas tres o cuatro mil personas en aquel cercado y vasto arenal capaz de contener más de ocho o diez mil. Es digno de contemplarse, y embelesa al espectador situado en el barrio de Santa Ana (lo alto del pueblo)aquel gentío inmenso; la diversidad de vivos colores en los trajes; el ruido que producen las guitarras, los cantares y los gritos; el incesante movimiento de estos que bailan, aquellos que juegan, los otros que corren. Y si miras hacia la derecha verás que por los riscos de la Magdalena no cesan ni por un momento de bajar grupos, los unos a caballo, los otros a pie; pues durante todo el día han continuado llegando los romeros, y los de los pueblos cercanos empiezan a venir a la tardecita. 

Observase durante todo el día, y muy especialmente por la tarde, un juego muy singular: así que se para cualquiera persona, hombre ó mujer, sin distinción, viene uno y se sitúa a su espalda junto a sus pies, con las manos y las rodillas en el suelo, mientras un tercero llega corriendo o bien se para a hablar con la que está en pié, la empuja violentamente por el pecho, y ¿a qué decir más?. Habrá salido bien librada si no encontró bajo de su cabeza alguna peladilla de las que suele haber entre la arena. Este juego tan inocente es de práctica constante, y hacia la tarde ha degenerado ya en furor.

Poco después de oscurecido sale la procesión a la luz de la luna, si la hay, y de los cohetes y ruedas de fuego. Va la Santa Imagen precedida de una alegre danza y de hombres vestidos con pieles a modo de los guanches, dando silbos y gigantescos saltos a favor de sus lanzas. Los que la llevan sobre sus hombros van vestidos del mismo modo. Esta procesión recorre toda la playa, y regresa por la calle de la Arena. Vista desde donde dicen el Risco, punto que domina perfectamente el tránsito, es incalculable, parece increíble el número de almas que van detrás en imponente silencio. Necesariamente ante aquel sublime espectáculo la fe se revela y el corazón se eleva a Dios.
Durante el tránsito por la plaza se queman algunas piezas de fuego artificial. En la puerta de la Iglesia por la parte interior se detiene la procesión, y tiene lugar una ceremonia o simulacro de lo ocurrido cuando los guanches encontraron la imagen de la Virgen en las playas de Chimisay; repitiéndose la escena del dedo cortado y el desconcertado brazo del otro guanche que arrojó la piedra, creyendo, según la tradición, que se las habían con una mujer. Luego es conducida la Imagen al altar entre saltos y silbos de los guanches, y el resto de la noche es para la gente de broma y parrandeo.

 El día 15 por la mañana tiene lugar la función religiosa que se reduce a una misa cantada y sermón; ,termina con otra procesión por los alrededores de la Iglesia, a la cual concurren también los mencionados guanches, y desde esta hora comienzan los romeros a regresar a los patrios lares, llevando como recuerdo de la fiesta una pequeña vela de cera verde, o la medida de la imagen en una cinta, ó una estampa de la Virgen, objetos que se regalan a los que pagaron algún voto.
Y esto de los guanches y las estampas de Candelaria que a primera vista parece cosa muy sencilla, es asunto que ha ocasionado serios disgustos al celoso y benemérito Cura párroco de aquel pueblo.
Allá por los años de mil ochocientos sesenta y tantos ocurrióle al Venerable Párroco de Giiimar mandar hacer unas estampas representando el acto en que el Rey Acaimo pidió socorro a los guanches por no poder él solo trepar por los riscos de Chimisay con la imagen que acababan de encontrarse, en cuyo sitio, jurisdicción de Güimar, y en conmemoración del hecho se edificó una ermita, donde también se celebra una fiesta el día 8 de Setiembre. Las tales estampas tenían, pues, por objeto el ser regaladas a los romeros; pero la Discordia, que nunca ha de dejar que los mortales gozen de tranquilidad, quiso que en las estampas aparecieran, como era natural, guanches pintados. Aquí fue Troya. El asunto era grave, gravísimo, muy trascendental, y el Sr. Cura de Candelaria se vio en la triste pero imprescindible necesidad de denunciar ante la autoridad eclesiástica al Cura de Güímar y sus estampas del Socorro. La cuestión duró meses y más meses, tomó proporciones extraordinarias, estuvo a punto de producir un conflicto no diré que europeo, pero poco menos. Mídase bien lo que importa pintar guanches en las estampas de la Virgen del Socorro como si fuera la de Candelaria. Véase, si hay duda, la fuerza de este argumento que en su defensa alegaba el Sr. Cura cuyos derechos, es decir los de su Iglesia, trataban de menoscabar: Es cierto que la Imagen apareció en Chinaisay, (hoy el Socorro) y que allí la encontraron los guanches, y que allí pidió socorro su Rey Acaimo, y que allí la cargaron guanches; pero es así que los guanches la trajeron más tarde a Candelaria; luego sólo en Candelaria pueden .pintarse guanches. El argumento era concluyente, lógico, rotundo; pero a la Autoridad eclesiástica le ocurrió dar por terminada la cuestión fallando que en las estampas del Socorro podían pintarse cuantos guanches quisieran.
El entusiasmo popular intentó y llevó a cabo más tarde dar algún impulso a la fiesta del Socorro, y al efecto se puso en práctica la ceremonia guanchinesca, yendo también vestidos a modo de guanches los que conducen la imagen desde la ermita de la playa hasta el pueblo de Güímar. Está por demás decir que tan extraña ocurrencia acarreó nuevos disgustos al Venerable Sr. Cura de. Candelaria, que a pesar de su carácter conciliador se vio, en cumplimiento de su ineludible deber, en la necesidad de hacer una nueva denuncia aunque, según creo, con tan desgraciado éxito corno la anterior.

Basta de fiesta de Candelaria, amable y complaciente lector. Ya que por vía de incidente te he nombrado la fiesta del Socorro, te ofrezco darte en otro número de LA ILUSTRACIÓN noticia de ella.

IRENEO GONZÁLEZ

Agosto 28 de 1882.



Para ampliar información recomendamos:
  1. Ireneo González Hernández. La gaveta de Aguere.
  2. Las Fiestas de la Virgen de Candelaria en febrero de 1810. Octavio Rodríguez











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